¿Por qué la izquierda tiene una relación tan esquizofrénica con la modernidad, a la que a veces alaba y otras veces acusa de causar todos los males? ¿Por qué uno tiene la impresión de que algunos izquierdistas querrían devolvernos a la Edad de Piedra, tal y como intentó Pol Pot? ¿A qué viene esa vuelta a la tribu y a las instituciones premodernas que una parte nada desdeñable de la izquierda latinoamericana viene defendiendo en los últimos años?
Entre las diferentes causas, yo apunto una que tal vez arroje algo de luz sobre el problema: no querer saber dónde acaba el Marx académico y dónde comienza el Marx propagandista.
En la Primera Parte de La Ideología Alemana, escrita en 1846 y no publicada hasta 1932, el joven Marx saluda el desarrollo industrial y la creación de un mercado mundial por su capacidad para destruir viejas instituciones y crear las condiciones necesarias para una revolución proletaria. El capitalismo arrasa concepciones mágicas, abole la esclavitud y la concepción tradicional de la familia, y a su vez produce una conciencia de clase universal que divide a los hombres ente aquellos que poseen propiedad y lo que carecen de ella. El trabajo libre, el capitalismo y la racionalidad económica son pues elementos positivos que remueven algunos de los obstáculos que impiden la formación de la conciencia de clase de los oprimidos.
En cambio, dos años después, el Marx propagandista de El Manifiesto Comunista lamenta que la burguesía haya “ahogado los éxtasis celestiales del fervor religioso y el entusiasmo caballeresco del sentimentalismo ignorante en lasglaciares aguas del cáculo egoísta”. La explotación, antes enmascarada por ilusiones políticas y religiosas, ha sido reemplazada en la era capitalista por una brutal y desvergonzada. Las relaciones económicas autárquicas del pasado han sido sustituidas por el mercado mundial, y se ha creado una “epidemia de sobreproducción. La sociedad se encuentra de repente en un estado de barbarismo momentáneo”. La máquina y la división del trabajo han hecho que “el trabajo de los proletarios haya perdido todo su carácter individual, y por consiguiente todo el encanto del trabajador”. También ataca Marx al matrimonio burgués, al que considera corrupto debido a la prostitución y a la infidelidad matrimonial–de esto nuestro autor sabía de sobra- y profetiza que el Comunismo acabará con esos males. En conclusión, con la revolución burguesa “todas las relaciones fijas y congeladas, con su bagaje de prejuicios y opiniones antiguas y venerables han sido barridas... Todo lo que es sólido se derrite, todo lo que es sagrado se profana...”.
Dentro del programa comunista, Marx señala la combinación de la agricultura con la industria, la abolición de la distinción entre campo y ciudad y la combinación de la educación infantil con la producción industrial. Estos puntos demuestran que ni Pol Pot, quien decidió vaciar las ciudades, ni Castro, que introdujo el trabajo infantil masivo en Cuba, deben considerarse en absoluto desviaciones del marxismo, sino más bien sus más fieles intérpretes. Un poco exagerado el asiático, pero nada torcido en su lectura del Manifiesto.
La actual fascinación de la izquierda por lo rural, la pureza étnica, el trueque, la conservación de los modelos de organización política tribal y todo lo que suene o huela a precapitalismo puede ser entendido como un eco de los nostálgicos y reaccionarios lamentos de Marx, que a fin de ganar adeptos a su causa no duda en presentar el subdesarrollo como una especie de Paraíso Perdido que la revolución socialista restaurará en parte, incluyendo el fin de las abominaciones sexuales de la burguesía. Por desgracia para nuestros progres actuales, ni una palabra sobre la igualdad de la mujer, y mucho menos sobre la liberación gay. El fallido exterminio de homosexuales llevado a cabo por Castroy el Ché en Cuba son también plenamente coherentes con las tesis marxistas de degradación moral burguesa.
Junto a La Cuestión Judía, libro netamente antisemita que preludia La SoluciónFinal hitleriana, La Ideología Alemana es desafortunadamente poco citada por los académicos izquierdistas, que se empeñan en presentarnos un Marx comunitarista, opuesto a la globalización y que derrama lágrimas sobre lasviejas tradiciones y certidumbres aplastadas por el capitalismo. Sin embargo olvidan nuestros nuevos paletos intelectuales tanto el contexto como la intención del Manifiesto, algo que cualquier estudiante de secundaria, inclusosi es víctima de la LOGSE, sabe de sobra son elementos fundamentales a la hora de interpretar un texto. Un estudio completo de Marx revelaría no sólo lacomplejidad y profundidad de las intuiciones del autor, sino también su naturaleza contradictoria, sus incoherencias y el conflicto que el autor sufre entre su labor como pensador y su activismo político. En pocas palabras, el tratamiento holísitico de Marx ejemplificaría el dilema de muchos intelectuales, atrapados entre el conocimiento y la persuasión, la erudición y la propaganda, y que lamentablemente optan por la segunda. Es decir, un Marx humano. Pero no creo que la izquierda esté por la labor de bajar a Marx de los altares. A veces uno tiene la impresión de estar leyendo La familia deLeón Roch al revés, con una María Egipcíaca entregada en cuerpo y alma a la másn burda y supersticiosa forma de socialismo y un paciente León, quien sólo cuando es atacado personalmente por la tribu es capaz de alzar la voz y denunciar la loca hipocresía de los fieles.
¿Cuántas Marías conocemos? Muchas. ¿Cuántos Leones? Pocos. Tal vez deberíamos ser un poquito menos educados y algo más valientes.
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