La taza de té, los spaghetti y hasta el agua del baño se me han quedado fríos leyendo la nueva revista de información y opinión dirigida por José Antonio Fúster, lanzado a un proyecto mezcla de The New Criterion neoyorkino y The Spectator londinense, e impregnado a partes iguales del esmero del primero y de la fina mala leche del segundo.
Chesterton se autodefine como revista de sentido común animada por el cristianismo y un conservadurismo lindante con el liberalismo, cuyas áreas de tangencia con la tradición subraya José Barros en su ensayo sobre una de las cuestiones más interesantes, tal vez por irresolubles, de la teoría política. El ingenuo y divertido test “¿Es usted liberal o conservador?” parece redactado por quien contempla a los liberales como anarquistas con corbata, que decía mi abuelo. Mucho lo he echado de menos leyendo algunos de los artículos de esta revista.
Conservadores, pero no reaccionarios. Y para demostrarlo Vidal-Quadras desenmascara el sesgo retrógrado de la manipulación que del concepto de autodeterminación hacen hoy en día los de Galeusca. Por su parte, Luis del Pino promete acometer una tarea pendiente del análisis político actual: el espectacular aumento de la participación política no convencional la derecha española a partir de la victoria socialista de 2004. Algunos ya lo vimos venir durante los meses del No a la guerra. Tal exuberancia y radicalidad no podían sino crear una reacción igualmente intensa, aunque hasta el momento mucho más cívica. La Trinchera de la libertad será una de las secciones más interesantes, y tal vez sirva de estímulo a los investigadores de la realidad sociopolítica.
Don Mendo en La Moncloa, una entretenida sátira contra Rodríguez Zapatero y sus adláteres monclovitas, inaugura una sección en la que algunos fragmentos literarios servirán de inspiración a la crítica de algunos de los excesos de los actuales gobernantes de España. Para el siguiente número se anuncia Sherlock Holmes y el caso del 11-M, que dará que hablar, y que de seguro provocará algún que otro rechinar de dientes.
José Antonio Ullate, coherente con el ideal de Chesterton, nos recuerda que no todas las opiniones son respetables, y que opinión no equivale a conocimiento. Sin embargo, su retrato de Popper como un relativista puro se me antoja simplista en extremo. No le vendría mal una relectura para que un magnífico texto no quedase empañado por una frase desafortunada.
La ética libertaria de Dr. House es halagada por José Ángel Agejas, para quien “una cultura débil, fragmentada y sentimentalista es una sociedad cobarde”. Frente a esto, el médico de la televisión nos enseña que “las normas son medios, no fines” y que “durante los regímenes totalitarios del siglo pasado, nunca ha habido tantas leyes que quieren regular hasta el último rincón de la vida privada, y nunca hemos vivido en una sociedad más inmoral”.
El cheque escolar y el homeschooling son también objeto de debate en las páginas de Chesterton. A favor del primero la Confederación Católica Nacional de Padres de Alumnos (CONCAPA) y las comunidades autónomas de Madrid y Valencia. En contra, el ministerio de Educación –“aunque los titulares del derecho a la educación sean los padres, el Estado debe financiar a los centro porque son los garantes de que se ejecute”- y la Confederación Español de Centros de Enseñanza –“ninguna Administración va a dar al cheque un coste superior al coste del puesto escolar en un centro público”; o Isabel Bazo está peor informada de lo que debería, o miente. También en contra la Federación de Escuelas Católicas. A algunos les encanta tirar piedras contra su propio tejado.
En la sección internacional, Ángel Villarino anuncia el resurgimiento de la Democracia Cristiana en Italia -¡cuerpo a tierra!- y David Gistau, el motero más dicharachero de la calle Lista de Madrid, disecciona a uno de los grupos sociales más antipáticos que hayamos sufrido nunca: la aristocracia porteña. Pero lo mejor con diferencia es el USA es diferente (de lo que piensan los europeos) de Alicia Álvarez, quien desvela algunos de los mecanismos de la falacia antiamericana de la prensa europea.
El suplemento cultural Don Miguel incluye un cuestionario a algunos miembros de la élite española. Así nos enteramos de que el libro favorito de María Vallejo-Nágera es Fortunata y Jacinta. Sabia elección, pues la novela es una de las mejores educaciones sentimentales que se le puede dar a una mujer. Gustavo de Arístegui opta por lo políticamente correcto y confiesa que no quemaría ningún libro. Yo le recomendaría El último lector del mexicano David Toscana. Mejor quemar un libro malo que guardarlo, venderlo o incluso regalarlo. El Cardenal Carles nunca leería Los pilares de la Tierra. No me extraña, pues el best seller constituye una peligrosísima defensa de la globalización que ningún catalanista de pro debería aceptar.
El artículo de Ignacio Peyró sobre los salones franceses del XVIII, que tanto favorecieron la libertad, reivindica la nostalgia como guía para evaluar el presente, que el autor caracteriza, en lo cultural, por un estado de postración creado por la elección entre la dependencia –del Estado- y la marginalidad “casi siempre atravesada de mistificación”. Diagnóstico acertadísimo cuyos corolarios desarrolla con concisión y elegancia admirables. Joaquín Vila alerta sobre el plan de Gallardón de destrucción del Paseo del Prado, y como casi siempre Álvaro Delgado Gal llama a las cosas por su nombre: el uso excesivo del dinero público crea exportadores de las rentas públicas, algunos libros de texto son penosos y la paridad feminista “es primitivismo político”.
Igualmente elogiables son la reivindicación de Warhol de Patricia Ojeda –“ visonario y genio que buscaba la belleza en los detalles más sencillos...”- y la deliciosa carta de Angelina Lamelas a Álvaro Pombo a propósito de La aparición del eterno femenino... novela que le traslada a algunos momentos de la infancia compartidos con su autor.
“Total, Álvaro, que te leí con tanta intensidad, que hasta se me olvidaron los años que han pasado, y la gripe fue como las de la prehistoria, de aquellas en las que se te podía romper el termómetro, y luego jugabas con las bolitas de mercurio sobre la colcha de piqué rosa de las enfermedades: la que nos ponían en mi casa cuando pasabas de treinta y ocho. Y todavía estoy así, encandilada....”.
Con estas amables frases redactadas desde un afecto sincero y generoso, y que Pombo agradecerá, se despide el primer número de Chesterton, todo un placer para los sentidos y una excelente food for thought, que dirían los británicos. Tres euros muy bien gastados.