La sección de Cultura de El Mundo del domingo contenía un artículo sobre el debate suscitado por el supuesto antisemitismo de la novelista franco-rusa de origen judío Irène Némirovsky, convertida al catolicismo en 1939 y colaboradora de algunas publicaciones ultraderechistas. Ni sus amistades con los ultras, ni las terribles descripciones de los judíos en sus novelas, que siguen el canon del antisemitismo más cerril, ni el hecho de que ella y su marido declarasen que les desagradaban los judíos, impidieron que fuera deportada a Auschwitz.
Se niega el auto-odio de la autora apelando a una mezcla de oportunismo y cobardía. Nadie tiene derecho a reclamar heroicidades ajenas. Más persuasivo me parece el argumento de que la antipatía por algunos judíos no equivale a antisemitismo. Yo mismo detesto a los zerolos, y no por eso soy homófobo, aunque ni me he vuelto hetero ni pienso trabar amistad con Aquilino Polaino.
Sin embargo, existe un punto intermedio entre la comprensible cobardía y el heroísmo. La inhibición o la emboscadura protegen de la temeridad que a menudo lleva consigo el heroísmo, sin hacer caer en la abyección moral de plegarse a las exigencias de los impíos.
En su discurso de aceptación del premio Nóbel de literatura, Solzhenitsyn recordaba que “Sólo hay un paso que un simple hombre valiente puede dar: no formar parte de la mentira, no dar su apoyo a acciones falsas. Que ese principio [es decir, la mentira que oculta el mal] penetre e incluso domine el mundo, pero no a través de mí”.
Irene Némirovsky eligió ser vehículo de la mentira y acabó devorada por ella. La comparación de su caso con los de tantos simpatizantes, afiliados y militantes socialistas, quienes ante los coqueteos de sus líderes con el neonazismo, llámese euskaldún, islamista o indigenista, prefieren asentir antes que arriesgarse a perder cargo, poltrona o espacio en algún evento cultural, se me antoja demasiado evidente como para ahondar en ella. A algunos se nos han agotado la paciencia y la simpatía. La excusa de “salvar los muebles” me parece cada día menos convincente. Sólo cabe desear que al contrario que la desdichada novelistas, ellos no acaben engullidos por la mentira que alimentan cada día.
Como dije antes, a nadie deben pedirse actos de heroísmo a menos que uno esté dispuesto a realizarlos, pero sí nos cabe rogarles que al menos se mantengan al margen de la iniquidad. Y si no lo hacen, que cada palo aguante su vela. “Si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuando no lo olviden fácilmente”.
No comments:
Post a Comment