Wednesday, December 31, 2008

David Gistau no es un orco (yo tampoco)

El lunes por la noche escuché un interesantísimo debate en La brújula entre el escritor y periodista David Gistau, quien salió escaldado del universo libero-eclosionado, el candidato a sustituir a FJL en La Mañana de COPE, Alfredo Urdaci, y la escritoria Ángela Vallvey (gente de la que me fío me cuenta que su Muerte entre poetas está muy bien). Comentaban la misa-protesta del día anterior. Digo misa-protesta porque creo que se produjo un reparto de papeles bastante común en política: los obispos se ciñeron a lo religioso, aunque las implicaciones de lo que dijeron instaurarían un Estado que mí me parece muy próximo al totalitario, y dejaron que los talibanes salieran en COPE y otros medios a despotricar contra el Gobierno, los matrimonios entre personas del mismo sexo y demás.
David Gistau, quien habló de sus padres divorciados, dijo que a él nadie le decía que su madre no era su familia, o que él no se había criado en una familia, y que desde luego él no era un orco. Urdazi hizo méritos para hacerse con el puesto de Federico y Vallvey tiró por el carril central. Me gustó mucho la intervención de David porque ya era hora de que alguien, cuando habla de esos asuntos, comience hablando de sí mismo. Cuántos meapilas y nacional-católicos hay cuyas vidas no tienen nada que ver con lo que ellos predican y quieren que el Estado imponga a los demás. Me parecen unos hipócritas despreciables. Yo, divorciado, o con querida, o separada, o gay... pero los demás, no, y además me permito juzgar como terriblemente dañinas para la sociedad esas mismas circunstancias en los demás. Si Pérez Galdós viviera, habría tenido para un par de novelas inspiradas en la vida de cada uno de esos/as sinvergüenzas.
David, que gana en sabiduría casi a la misma velocidad que de peso (la próxima vez que lo vean en el Starbucks del barrio con alguna bebida hipercalórica en la mano se lo voy a decir), publicó en El Mundo del lunes 29 una magnífica crónica de la mani con la que estoy enteramente de acuerdo. Yo también me pasé por el lugar para ver y oír y algunas cosas me helaron el corazón. Había amor, pero también mucho odio. Tal vez sea por eso que este año la asistencia ha sido mucho menor que el año pasado. Comprendo que mucha gente no quiera ser partícipe de según qué mensajes que no comparte (las negritas son mías):
LA IGLESIA, EN LA CALLE / La opinión
Orgullo Grey
DAVID GISTAU
Algunos sacerdotes, con los hábitos azotados por el viento, tomaban confesión en plena calle, delante de la Biblioteca Nacional y en la misma plaza de Colón. Delante de ellos formaban cola los que luego anudarían sus manos con las del cura, en una rara intimidad pese a la muchedumbre. La imagen sugería una sensación de urgencia, como si, bajando por Castellana, estuvieran a punto de aparecer Godzilla o los hunos o Pepiño Blanco con los manuales de Educación para la Ciudadanía y apenas quedaran minutos para encomendar el alma. No hubo tal. La misa de la familia fue festiva. Y, salvo la interpretación que pueda darse a ciertos pasajes de la homilía de Rouco Varela, estuvo meticulosamente descargada de cualquier matiz político que, como ocurrió el año pasado, insinuara una guerra abierta de la Iglesia contra el Gobierno y una porción vindicativa de la sociedad civil.
Había en el arranque de la matinal insufribles villancicos por megafonía, cantos improvisados alrededor de guitarristas que evocaban las parroquias barriales, y un retrato robot, centenares de veces repetido, de la familia que hasta no hace tanto encarnaba el único canon de normalidad aceptado por las leyes de los hombres: los abuelos, papá y mamá, y los niños con su rebequita. También había mucha juventud, suficiente como para refutar la supuesta agonía residual de la Iglesia. Y algunas monjas, entre las cuales, con varias razas mezcladas, destacaban las de órdenes misioneras que corrigen con una perspectiva de servicio el tópico de que la Iglesia es sólo salones vaticanos y conspiración involucionista.

Al contemplar a las familias católicas de Colón y a sus párrocos, uno no veía inflamados enemigos de toda evolución social. Pero tampoco a víctimas de una persecución religiosa para las cuales el Gobierno tuviera dispuesto un gueto que dejara el hueco para las minorías favorecidas por leyes como la del matrimonio homosexual. La familia cristiana ha desarrollado un complejo de persecución sin fundamento porque se siente agredida por la pérdida del monopolio moral, como si la incorporación de otras fórmulas que no son consecuencia «de la gracia de Dios» y de «la donación esponsal del varón a la mujer» pasara por su desaparición o por un regreso a la clandestinidad de las catacumbas.

Monseñor Rouco impuso como ejemplo de «verdadera familia», única en el canon, a la Sagrada Familia de Nazareth. Es complicado que el modelo de familia normal esté representado por una virgen al que un arcángel le anunció que había sido fecundada por el Señor: casos así no abundan en las maternidades de la Seguridad Social. Pero es que además la sociedad se ha vuelto más compleja, los derechos civiles son algo más que «una moda», y sólo el narcisismo de la verdad absoluta convierte en causa de reivindicación a lo Día del Orgullo a una opción familiar que no está perseguida ni en vías de extinción, sino que sólo ha de adaptarse a un mundo cambiante como hace sólo un par de generaciones, y no sin polémica, se acostumbró a los nuevos tipos de familia salidos de la ley del divorcio y las segundas nupcias, y que hoy constituyen rutina. Rouco dijo en su homilía que es «posible vivir la familia de forma muy distinta a la que en tantos ambientes de nuestra sociedad está de moda». Pues claro que es posible: ¿quién lo impide?

En su homilía, Rouco también celebró las «alentadoras palabras del Papa» en la conexión con el Angelus desde el Vaticano. Ha de tener superpoderes telepáticos, porque esas palabras nadie las oyó. La señal de audio con Roma se perdió justo cuando Ratzinger iniciaba en castellano el saludo con el que pretendía avalar la multitudinaria cita de Madrid. Hubo en la plaza un cierto desasosiego, comparable al que podría haber atenazado a los espectadores de fútbol ante un televisor que se hubiera averiado justo cuando Torres iba a patear el gol a Alemania, que enseguida fue compensado con vivas al Papa y con el talante alegre que sobrevolaba todo Colón. El saludo fue transmitido más tarde en diferido, después de que decenas de prelados que sostenían copones intentaran la hazaña imposible de dar la comunión a un millón de personas que, en ese momento, avaladas por la intervención papal, se sentían observadas por la cristiandad entera. Los fieles se dispersaron más tarde, maltratados por el frío de una mañana que hace necesario el café y sin embargo ahítos de conciencia de sí.

En el ambiente aún flotaban las palabras de Rouco sobre el aborto, la «plaga de una sobrecogedora crueldad» en la que monseñor tiene descubierta la vigencia a través de los siglos de Herodes. Relacionó ciertos aspectos del progreso con un culto de la muerte, cuando acaso ocurra que lo que en verdad duela es que ese progreso esté cumpliéndose sin atender a las leyes naturales y emancipado de la Iglesia. Es esa reducción de su importancia social y de su capacidad de influencia lo que interpreta como agravio. Es el resentimiento lo que anima a Rouco a decir que sólo los que se unen en la gracia de Dios conocen el amor y lo dan. Como si más allá de la Iglesia, en la jurisdicción de la Ley, no hubiera sino tiniebla y bestias.

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