Tuesday, February 17, 2009

Bachelet en Cuba




El escritor chileno Jorge Edwards critica en las páginas de El País el reciente y bochornoso viaje de la presidenta de Chile a Cuba y teme que la imprudencia y la desmemoria de los socialistas chilenos tenga consecuencias negativas para su país:


Ahora el viaje a Cuba de la presidenta Bachelet ha sacado a relucir tensiones y contradicciones inquietantes. Parece que nuestro socialismo criollo, por lo menos en algunos sectores, puso el sentido crítico y autocrítico entre paréntesis, y volvió a entonar las anticuadas y olvidadas alabanzas de los socialismos reales. Me acordé de la amargura con la que un gran poeta húngaro, Goergi Petri, me contaba su sentimiento de frustración y hasta de humillación, en su condición de disidente político encarcelado, cuando leía las noticias de los recibimientos oficiales, con delegaciones escolares y ramos de flores, a los poetas del mundo comunista que llegaban a Budapest (Pablo Neruda entre ellos). Neruda sabía, y después se arrepintió de estas cosas en su Sonata crítica, en Confieso que he vivido, en muchos otros lados. Por eso recibió la violenta carta de crítica de 1966 de sus "hermanos" de Cuba.


Las declaraciones de estos días, en verdad, no terminan de apenarme y hasta de causarme vergüenza ajena. La presidenta Bachelet, por ejemplo, dijo con todas sus letras, sin pestañear, que Cuba es "una democracia diferente". En los años sesenta y setenta del siglo pasado, con respecto a las "democracias populares", a Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, se decía exactamente lo mismo. De ahí su nombre oficial. Y después hemos sabido muy bien, con lujo de información, en qué consistían esas democracias diferentes, donde la institución que funcionaba mejor era la policía secreta...


Algunos episodios de este viaje nos indican que nos acercamos de nuevo a ciertos matices de los viejos socialismos reales, quizá por una falla de la memoria, o por una nostalgia mal entendida. A la vez, en forma inevitable y paralela, los lazos del socialismo de siempre con el centro demócrata cristiano vuelven a ponerse tensos. Los compromisos esenciales no se han roto, pero las familias políticas, como se dice entre nosotros, con sus diversas culturas, han empezado a marcar sus distancias, sus desconfianzas, sus recelos. No son, en ningún caso, promesas de futuro, indicios de nada bueno.


¿Se está convirtiendo la radicalización y la simpatía hacia las dictaduras, pasadas y presentes, de izquierda y derecha, un signo de nuestros tiempos?

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