Estoy viendo El curioso caso de Benjamin Button, nominada a varios premios Oscar, entre ellos mejor película, director y guión. Un niño nace con el cuerpo de un anciano y es abandonado por su padre a los pies de la escalera de una residencia para mayores tras el fallecimiento de su madre a causa del parto. Apenas he visto la mitad de la película y he tenido que ponerme una bata porque no soporto los escalofríos de emoción que me recorren continuamente. Es absolutamente maravillosa.
En su lecho de muerte en un hospital de Nueva Orleáns en la víspera de la llegada del huracán Katrina, una anciana le muestra a su hija su diario. En él se narra la historia de un extraño hombre adoptado por una sirvienta negra.
¿Cuántos años tienes? -pregunta el predicador del templo pentecostal al que asiste junto a su madre los sábados por la tarde. Siete, pero parezco mucho mayor -responde el niño desde su silla de ruedas.
¿Cuándo fue la última vez que te acostaste con una mujer? -le interroga su primer jefe, el capitán de un barco en el que se enrola. Nunca -dice él.
Recién salido de un burdel, donde la prostituta que lo saludó como "abuelito" termina pensando que ha conocido a una especie de Dick Tracey, se encuentra con un hombre que le invita a beber y le cuenta su vida: Mi mujer murió...
¿Se imaginan a un adolescente con andropausia, recién jubilado y con la experiencia de un anciano de 65? ¿Qué les ocurriría a nuestros recuerdos cuando perdiérmos la capacidad de expresarlos? ¿Quién se ocuparía de nosotros entonces? Me quedan 40 minutos para averiguarlo, aunque no pienso contarlo.
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