En una tercera página de ABC, Benigno Pendás habla de lo que algunos denomina "guerra cultural" (creo que cada vez alguien de derechas pronuncia esa expresión el PP pierde unos miles de votos, pero allá ellos) y propone formas en las que lo que el denomina virtudes liberales -yo diría liberal-conservadoras con cierto sesgo republicano- triunfen en la sociedad. También advierte de ciertos errores y tácticas contraproducentes en las que incurren incluso algunos liberales. Estoy bastante de acuerdo con él, y en todo caso sus párrafos son muy estimulantes y animan a la reflexión y al debate:
No nos engañemos: mucha gente honrada compra recetas de moral evasiva con la única finalidad de sobrevivir en la oscura vida cotidiana. Se palpa una angustia latente en el centro comercial y en otros «no lugares» (la expresión, ya saben, procede de Marc Augé), esos espacios imposibles para el auténtico «vivere civile». ¿Soluciones? Ninguna es mágica, pero casi todas están inventadas. Libertad y responsabilidad. Imperio de la ley. Educación, respeto, civismo. Familia y principios éticos. Rigor, austeridad, honradez. Carácter instrumental de los bienes materiales. Excelencia, calidad, valor de la obra bien hecha. Reconocer el mérito: el triunfo de los mejores es bueno para todos. Espíritu abierto al mundo. Patriotismo sensato, lejos del localismo ridículo y estrecho. Ideas claras y rechazo del pensamiento débil y confuso. Perseverancia e ilusión renovada frente al ambiente apático y hedonista... Rajoy apeló hace poco a estos valores positivos, pero los oyentes sólo pensaban en películas de espías. Son las viejas virtudes liberales, de honda raíz humanista. Nada nuevo, si se fijan: Atenas, Roma, Jerusalén, Europa moderna, América contemporánea...
La fuente clásica sigue siendo el discurso de Pericles, piedra angular de la teoría política en Occidente. Es fácil percibir ecos lejanos incluso en el mensaje presidencial de Barack Obama. Una copia menor, sin duda: es muy difícil pasar a la historia en el capítulo reservado a los gigantes. Por supuesto, cualquier comparación le favorece cuando miramos a nuestro alrededor. Elogio brillante de los Padres Fundadores y sus principios ilustrados, con la excepción significativa del libre comercio. Un socialdemócrata «muy puro», según Zapatero. El historiador de las ideas no sabe si reír o llorar. El analista de la vida española descubre la maniobra de siempre. El objetivo es desplazar a la derecha hasta el pelotón de los torpes. Un día sí, y el otro también. El sectarismo nubla el intelecto y anula la racionalidad. Si la izquierda dice «buenos días», algún coro responde indignado: mentira, porque yo digo «buenas noches». La trampa funciona. Gente decente, conservadores o incluso liberales, terminan recluidos en el infierno dialéctico: les obligan a defender lo indefendible o, cuando menos, quedan al margen de cualquier novedad cultural que pueda calar en la mentalidad posmoderna, frágil por naturaleza pero influyente como ninguna. Algunas veces, el Partido Popular disfraza sus conflictos internos bajo un sedicente barniz ideológico. Es imprescindible apagar un fuego que amenaza incendio. En todos los partidos del mundo civilizado conviven dos o tres «almas». En los americanos, por cierto, al menos quince o veinte. El mensaje sigue siendo el medio. Es una buena idea abrir el campo político a las tecnologías de la sociedad de la información. Ahora hace falta transmitir virtudes liberales vía «tuenti» o «facebook» o algún «blog» atractivo para ganar la confianza de tantos jóvenes renuentes. Caso práctico sobre control ideológico. El «foro abierto» organizado por los populares merece el elogio sincero de los teóricos de la democracia participativa y deliberativa. No lo tendrá, naturalmente, porque todos esos teóricos son de izquierdas...
Las elecciones se ganan y se pierden en el estrato más profundo de la mentalidad colectiva. Los seres humanos no sólo queremos conseguir la victoria y llevarnos el premio. También queremos tener razón y disfrutar del reconocimiento ajeno. Por algo inventamos las ideologías, complemento racional -a veces- de las pasiones irracionales. Desde la izquierda más culta, el malogrado Rafael del Águila escribió con frecuencia sobre la «sobredosis» de creencias que inunda el mundo actual. Incluso el nihilismo -real o imaginario- funciona como un impulso para la voluntad de poder. No sé qué pensarán de nosotros las generaciones futuras... Volvamos al asunto: aquí y ahora, es preciso disputar y ganar el debate ideológico y cultural por parte de una derecha indolente en exceso. Por cierto, tal y como están las cosas: ¿es buen momento para hablar de las virtudes liberales? Me temo que tiene razón el personaje de Balzac: «ciertas sensaciones incomprendidas hay que reservarlas para uno mismo».
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