Paulette Herzog, hija de judíos polacos de Cracovia, llegó a España siendo niña. Entre su padre, Wolf, y ella, educaron a los dos hijos de ésta, Enrique y Fernando, pues el padre de los niños murió joven durante la Guerra Civil. La familia materna de Paulette también tuvo un trágico fin en los campos de exterminio nazi. De Paulette, que se dedicó a la peletería, se cuenta que era una mujer muy seria en los negocios, y de gran y a veces temible temperamento. Sus antiguos colegas peleteros todavía recuerdan su firmeza y honradez. Una mujer directa que llamaba a las cosas por su nombre, y de la que uno siempre se podía fiar, buena pagadora y mejor administradora.
Enrique estudió derecho, se afilió al partido comunista, y en 1956 fue uno de los protagonistas de las protestas estudiantiles contra el franquismo. En los años sesenta abandona el PCE y se afilia al PSOE. Durante esta década y la siguiente Múgica vuelve a la cárcel varias veces. En 1977 es elegido diputado en el Congreso de los Diputados, y en 1988 llega al ministerio de Justicia, donde realiza la célebre y polémica dispersión de presos etarras, un mecanismo para cortocircuitar las redes de la banda en las cárceles y presionar a los terroristas. Si bien estas medidas iniciaron una campaña de victimismo por parte de ETA, fueron legales, y desde luego no tuvieron los efectos contraproducentes del GAL y otras tramas llevadas a cabo por miembros del ejecutivo socialista. Por cierto, Múgica nunca fue relacionado con ninguna de estas operaciones.
Sin embargo, para ETA era más útil apuntar contra Múgica, un hombre honrado e intachable, que contra sus compañeros corruptos que habían caído en la delincuencia, a los que convenía mantener vivos para perpetuar el mito de Estado fascista y opresor que HB y sus jefes de ETA han intentado propagar siempre. La venganza de los terroristas llegó en la campaña electoral de 1996. Fernando, el hermano de Enrique, también abogado, casado y con tres hijos, es asesinado.
La carrera de Enrique Múgica como presidente de la Comisión de Investigaciones de las Transacciones de Oro procedentes del III Reich durante la II Guerra Mundial y después como Defensor del Pueblo muestra que se puede ser de izquierdas, trabajar con el Estado, y sin embargo llevar el título de servidor público con dignidad, eficacia y decencia, y trabajar en beneficio del débil y el oprimido. Tal vez si hubiera más como él habría menos como nosotros, dirían algunos. O al contrario, la libertad individual y los principios están por encima de estructuras e ideologías políticas perniciosas.
El pasado otoño pude escuchar a Múgica hablar sobre el antisemitismo de izquierdas. No negó el hecho, aunque lo calificó de marginal. Otros en el panel difirieron y señalaron que por desgracia este mal se estaba extendiendo a toda la izquierda. Es pronto para decir quién tenía razón, aunque los últimos hechos apuntan a que la tentación de usar los mitos antisemitas es más poderosa de lo que Múgica pensaba. Hace pocas semanas, en una entrevista publicada en El Mundo, opinaba que en la lucha contra ETA debería haber vencedores y vencidos. No parece que el patriotismo de partido tan caro a algunos socialistas sea la regla de conducta de Fernando Múgica. Algunos historiadores piensan que un poco menos de ese patriotismo habría evitado que el Partido Nazi llegara al poder en Alemania. Sin embargo, en aquellos momentos los socialdemócratas de ese país estaban más ocupado en destruir el sistema que en evitar un gobierno totalitario. El precio de tal miopía fue incalculable.
Volviendo a la familia de Fernando, su esposa, Mapi, una de las mujeres más bellas que yo haya visto, y a quien conocí en una misa que el pasado invierno se celebró en Madrid en honor a su marido, reside, como muchas víctimas del terrorismo, fuera de su tierra. Es el triste destino de tantas de ellas, quienes además de perder a sus seres queridos deben sufrir un exilio en su propio país. Aparte su belleza, algo en lo que uno no puede evitar reparar, Mapi me pareció una mujer tranquila y en paz a pesar del sufrimiento que pueda arrastrar. También la vi en la manifestación que la AVT celebró en Madrid el pasado mes de febrero. Estaba con un grupo de mujeres, también víctimas del terrorismo. Si la sonrisa de Irene Villa fue la inspiración para uno de los mejores artículos que David Gistau haya escrito nunca, la actitud serena de esta mujer, su sonrisa, y la falta de rencor en su gesto, han sido para mí una fuente inagotable de inspiración para lo que el poco talento de uno pueda dar de sí en esta bitácora y en otros lugares.
4 comments:
shalom ...
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