Occidente en realidad no es una cultura sino un hecho. El hecho de que intentas mejorar y tratas a tu vecino como quieres que te trate a tí. El descubrimiento de que no vives sólo, vamos.
Por eso consideramos occidental incluso a un país como Japón, que tanto desde un punto de vista histórico como geográfico o cultural no debería estar metido en esa categoría. Tener eleccciones y McDonalds es casi todo lo que hace falta para ser occidental. Es tan occidental el vecino que va de gótico como el profesor australiano que viene invitado a dar una conferencia a la universidad. El inmigrante hindú que trabaja en una tienda de electrónica como el chino que trabaja en la tienda de todo a 1€. Sus hijos van al colegio y seguramente a la universidad. Hablas con ellos, te respetan, haces negocios y les felicitas por navidad aunque tú no creas en Dios y ellos adoren al demonio.
El multiculturalismo es uno de estos tótems ideológico-lingüísticos inventadas por los progres que viene a significar algo así como convivencia entre las culturas. Específicamente y para el caso que nos ocupa, la cultura occidental y las no occidentales. Pero a poco que lo no-occidental sea mínimamente civilizado ya lo consideramos occidental, con lo que no-occidental queda como sinónimo de salvaje y asesino. Y como nos recuerdan las bestias subhumanas que le prendían fuego al parque automovilístico parisino, no hay coexistencia posible entre el salvajismo y la civilización, entre el bien y el mal, entre la higiene y la suciedad: uno es la negación del otro. El zorro no puede dormir en el gallinero porque si lo hace, ya no es un gallinero sino una cueva de zorros. Unos se levantan por la mañana a trabajar y se despiden cariñosamente de sus hijos que van al colegio. Mañana celebrarán la primera comunión de una de sus hijas o el matrimonio con el hombre al que ama. Los otros se levantan a las 12 con resaca, salen a la calle con la navaja en el bolsillo, dejan a la parienta encerrada y van a hablar con la matrona que mañana le cortará y coserá el chumino a su hija.
Nuestra tolerancia hacia esas bestias que forman guettos en el corazón de nuestras propias capitales y nos asaltan y agreden es suicida. Y el problema no es "creer" o no en el multiculturalismo (¡Dios, como se abusa del lenguaje!). El problema es creer o no en la diferencia entre el bien y el mal. Y esa diferencia, según nuestros progresistas, es un maniqueísmo infantil propio de teleseries policíacas americanas.
Por eso consideramos occidental incluso a un país como Japón, que tanto desde un punto de vista histórico como geográfico o cultural no debería estar metido en esa categoría. Tener eleccciones y McDonalds es casi todo lo que hace falta para ser occidental. Es tan occidental el vecino que va de gótico como el profesor australiano que viene invitado a dar una conferencia a la universidad. El inmigrante hindú que trabaja en una tienda de electrónica como el chino que trabaja en la tienda de todo a 1€. Sus hijos van al colegio y seguramente a la universidad. Hablas con ellos, te respetan, haces negocios y les felicitas por navidad aunque tú no creas en Dios y ellos adoren al demonio.
El multiculturalismo es uno de estos tótems ideológico-lingüísticos inventadas por los progres que viene a significar algo así como convivencia entre las culturas. Específicamente y para el caso que nos ocupa, la cultura occidental y las no occidentales. Pero a poco que lo no-occidental sea mínimamente civilizado ya lo consideramos occidental, con lo que no-occidental queda como sinónimo de salvaje y asesino. Y como nos recuerdan las bestias subhumanas que le prendían fuego al parque automovilístico parisino, no hay coexistencia posible entre el salvajismo y la civilización, entre el bien y el mal, entre la higiene y la suciedad: uno es la negación del otro. El zorro no puede dormir en el gallinero porque si lo hace, ya no es un gallinero sino una cueva de zorros. Unos se levantan por la mañana a trabajar y se despiden cariñosamente de sus hijos que van al colegio. Mañana celebrarán la primera comunión de una de sus hijas o el matrimonio con el hombre al que ama. Los otros se levantan a las 12 con resaca, salen a la calle con la navaja en el bolsillo, dejan a la parienta encerrada y van a hablar con la matrona que mañana le cortará y coserá el chumino a su hija.
Nuestra tolerancia hacia esas bestias que forman guettos en el corazón de nuestras propias capitales y nos asaltan y agreden es suicida. Y el problema no es "creer" o no en el multiculturalismo (¡Dios, como se abusa del lenguaje!). El problema es creer o no en la diferencia entre el bien y el mal. Y esa diferencia, según nuestros progresistas, es un maniqueísmo infantil propio de teleseries policíacas americanas.
1 comment:
Es el comentario más digno y hermoso que yo haya leído en el liberalismo hispanoparlante.
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