Saturday, April 18, 2009

La leche

Esta mañana en el programa de agricultura de Cope, que escucho porque el señor que lo lleva me cae bien y tiene un pronóstico metereológico que nunca se equivoca, un representante de los ganaderos ha dicho literalmente que "la gente tiene que comprar leche del Estado español" y que el Gobierno "tiene que prohibir la leche extranjera".

Como intoletante a los lácteos, aunque alguna vez peco, el asunto lechero no me afecta. De todas formas, en vez de exigir privilegios y un precio y una renta mínimas garantizadas por el ministerio y las consejerías del ramo, ¿por qué no protestan contra las cuotas? Si durante varios años España estuvo produciendo leche barata y de buena calidad por encima de su cuota, lo suyo sería pedir oportunidades para expandir el mercado y presionar para que los ganaderos europeos compitan sin interferencia estatal, aunque sólo sea porque en ese sector llevamos las de ganar. No hablo aquí de liberalismo ni nada de eso, sino de pura conveniencia, aunque en eso está basado el libre mercado.

Resulta que estamos importando leche francesa por culpa de la UE, que estableció el sistema vigente de cuotas en 1993, cuando aquí podría salir más barata Y resulta que en 2015 el mercado se liberalizará, una vez que España haya desmantelado buena parte de sus explotaciones ganaderas, así que las ventajas que teníamos ya no existen. Qué listos fueron los franceses y qué tontos los españoles. Tal vez sea demasiado tarde, pero "la recogida de leche en todo el territorio nacional a precios dignos que cubran los costes de producción" y "ayudas económicas para garantizar la viabilidad de las explotaciones" no es una buena solución.

También el Estado podría dedicarse a recoger los libros que las editoriales no venden y la ropa que las boutiques no consiguen colocar. Hay muchos más puestos de trabajo en esos sectores que en la leche.

No podemos liberalizar los servicios e intervenir en la industria y la agricultura. Así las cosas no funcionan. Los que trabajamos en los servicios y vivimos en ciudades terminamos subsidiando a los demás, cuyo voto en las elecciones generales vale mucho más que el nuestro, por no mencionar el peso relativo mayor que tienen los pueblos en las diputaciones provinciales y cajas de ahorro, y encima los precios de las casas rurales suben. No es justo.

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